XV. Caneto´s Flashback III
XV. Caneto´s Flashback III
Recuerdo aquella vez en mi casa en Punta Negra, aquella Navidad terrible de 1998 cuando coincidimos Porongo y yo en la misma cuadra donde estaba mi casa. Era un diciembre extraño que no quisiera haber vivido jamás. Durante la semana, Porongo y yo jugamos fútbol, conocimos a una chica rubia de extraños ojos celestes que insistió en que le consiguiéramos marihuana. Porongo me miró un minuto y luego le dijo:
- Perfecto, ¿cuánto quieres comprar?
- ¿Cuánto me pueden vender?
- Digamos que con diez soles alcanza para una buena...
Porongo y yo sudábamos. El atardecer era como un espectáculo terrible, el cielo se incendiaba encima nuestro. Habíamos estado jugando fútbol toda la tarde. Después de aquellas casas estaba el mar.
- ¿Entonces quedamos así?
Porongo y yo no nos conocíamos mucho en realidad. Estudiaba en mi mismo salón desde hacía un par de años pero no sabía nada acerca de él excepto que le había roto los dientes a alguien alguna vez.
El mismo 24 de diciembre a la noche Porongo y yo buscamos a aquella chica rubia de ojos tan extraños. Salió a recibirnos y le enseñamos el paquete. Todas las casas estaban iluminadas con adornitos Navideños. Vale decir que en aquella época conseguir Mango Light o una buena marihuana brillante era más fácil y más barato que ahora. La diferencia entre una de buena calidad y otra cualquiera variaba. Pero era más seguro que ahora, o era más difícil de conseguir. Supongo. Lo peor del caso es que oíamos irremediablemente aquella musiquita navideña tan horrible. Pero lo que quería esta chica era un poco de paz, o un solo canuto, y me dijo:
- Carlos Ernesto, lo que yo quería era fumar un poco, nada más. ¿Qué es lo que voy a hacer ahora con toda esta hierba?
Porongo dijo:
- Qué cagada. Feliz Navidad. -Y le dimos un moño, sus diez soles, un par de papeles de fumar y nos largamos.
- Caneto, vamos a fumarnos toda esta porquería.
- Vamos.
Subimos a lo que era una especie de andamio y nos sentamos a fumar y a contemplar el mar. Porongo armó con mucha maestría un varulo enorme y dijo que pasar Navidad en Punta Negra era de lo más entretenido. Tenías el mar, el sol, mucho Mango Light. Finalmente terminamos de fumar varios canutos, cuando Porongo me dijo que me llevara el paco nada más por cinco soles, que no quería conservarlo. Prácticamente me lo regaló. Luego llegué a casa a eso de las once y media. Al llegar la medianoche tragué como nunca antes había tragado en mi vida. Por un momento todos me dijeron que me tranquilizara, que yo nunca comía así. Y yo estaba con los ojos muy rojos y tenía un montón de Mango Light es mis bolsillos esperando salir.
- La comida no se va a ir, Caneto.
Mi prima Yesenia, de más o menos mi edad, sabía que yo estaba volado y se reía.
- Caneto, como que tu atuendo no es muy navideño que digamos ¿eh?
- No sé, me he pasado el día en la playa. No me molestes.
Continué tragando. Arrasé con el pavo, el arroz árabe y el puré de papas. La gente a mi alrededor (padres, parientes, primos) comían y conversaban por igual. También había algunas cuantas cervezas y regalos innecesarios.
- Ah pero igual... Caneto, hazme el favor.
- ¿Qué? ¿De qué me estás hablando?
Yesenia miró fijamente a Miriam y luego ambas rieron. Luego me di cuenta de que todo el mundo llevaba ropa de vestir encima (saco, pantalón, camisa) excepto yo.
- No me jodan. Es verano.
- Claro.
Miriam miró a Yesenia y en seguida Yesenia me miró a mí.
- Tu ropa de baño y tu aspecto son de la puta madre.
Aguardé unos minutos.
- ¿A qué te refieres?
Miriam, de unos dieciocho o diecinueve años, aplicó.
- Estás reventadazo, huevón.
- ¿Ah?
- Que estás todo fumado.
Fruncí el seño. Por un segundo dejé de comer.
- Shhh... Cállense.
Miriam y Yesenia volvieron a estallar de risa.
- ¿Qué es lo que quieren?
Miriam, no sé de dónde, había sacado tres copas llenas de Champagne. La verdad es que ambas eran las únicas primas con las que hablaba y me caían bien.
- Vamos, Caneto... Acepta que eres un fumón...
- Shhhh... Qué carajo les pasa.
Yesenia y Miriam, ambas mis primas, ambas con vestido veraniego hasta las rodillas (creo que de marca Quicksilver o Roxy, o puede ser que no tuvieran marca) se rieron un rato más y dijeron:
- Lánzanos un wiro, Caneto.
Yo me alarmé.
- ¿Qué? -Deje mi plato a un lado e intenté mirar con buena cara en dirección a la mesa donde se encontraban todos. Miré a mi alrededor. Finalmente me miré en un espejo. Tenía la cara resinosa, el pelo pegado a la cabeza y los ojos completamente rojos, como si hubiera reído durante horas sin parar. Llevaba un polo blanco con las palabras Rip Curl en un extremo, una ropa de baño negra y unas sandalias. Caminé de la cocina al jardín y me senté en las gradas que me llevaban hasta la piscina que reflejaba extrañas formas luminosas a la pared colindante con los vecinos. Era producto de un reflector estratégicamente colocado en el extremo norte de la casa.
Yesenia, con un vestido floreado, a la antigua, se sentó junto a mí.
- Qué pasó, Caneto.
- Nada. No quiero que la gente se de cuenta que estoy tan drogado.
Mi prima se quedó un segundo contemplando el reflejo de la piscina contra la pared. Habría, supongo, reflectores adentro del agua también. No había ningún contacto físico entre los dos pero con la hipersensibilidad de la marihuana sentía el delgado vestido de Yesenia rozar en contra mío.
Me levanté.
- Caneto.
Me puse en guardia.
- Qué sucede.
Yesenia miró a Miriam que acababa de salir de la cocina. Por un segundo me pregunté si ambas habrían acordado llevar vestidos similares. Yesenia y yo teníamos la mima edad pero pensábamos como chicos mucho mayores, podíamos conversar y reír con Miriam (unos tres o cuatro años mayor que nosotros) sin ningún problema.
Miriam me extendió una pipa.
Cuando era niño me enamoré de Anna Chlumsky en “My girl”. Aunque aluciné estar enamorado varias veces hasta quedarme dormido, alcancé a ver la película entera por primera vez una madrugada de un viernes santo cuando yo tenía entre diez u once años de edad. Me quedé despierto hasta la madrugada y terminé intrigado. Fue la primera película que vi con un final tan chocante (al menos para mí) y me dejó con esa sensación de ‘imposible revivir a Thomas J. Sennett, imposible salvar a Vada de un mundo tan terrible’.
Inmediatamente después me enamoré de Miriam. Sé que no es importante eso ahora. Sé que no tiene absolutamente nada que ver con nada. Pero así se dieron los hechos entonces. Aquella madrugada de semana santa, Miriam y su hermana Verónica, quien todavía vivía en Lima (tendría Verónica en ese entonces unos diecinueve o veinte años) se quedaron a dormir en mi casa en Punta Negra porque sus padres partieron a Europa dos semanas y media de segunda luna de miel. Claro que ni Miriam ni yo sabíamos qué carajo significaba eso entonces.
Había amanecido y yo tuve la desesperada necesidad de escribir.
- Qué haces, Caneto.
Había amanecido.
El cielo estaba muy pálido. Podía sentir desde la ventana abierta de mi habitación la brisa del mar chocando en contra mío.
- Son las cinco de la mañana.
- Ya sé.
- ¿Qué estás haciendo?
Tecleaba una máquina de escribir viejísima. La deba duro a esa cosa. Pronto me di cuenta que no tenía mucho qué contar acerca de Anna Chlumsky y yo.
- Intentaba escribir algo bueno -dije.
Miriam (de unos catorce o quince años) se acercó con su pijama y sus piernas largas y bonitas a darme el encuentro en el interior de mi pieza.
- A ver. Déjame ver.
Miriam se apoyó en la carpeta y yo la miré fijamente. La pijama blanca de mi prima a contraluz dejaba ver a través de la tela sus preciosos senos y demás manifestaciones hormonales recientes. Luego Miriam volteó su rostro y se arregló el pelo castaño que rozó contra mis mejillas. Tenía los ojos chinos, estaba somnolienta. Sonrió.
- Así que estás enamorado de Anna Chlumsky...
Y en seguida:
- ¿Quién es Anna Chlumsky?
Sin saber que hacer tarareé la letra de “Stan by me” y le pregunté si sentía algo. Yo le dije que sentía el verano en mi piel cada vez que escucha esa canción, o cada vez que veía “My girl” o veía a Anna Chlumsky en general. Era algo de verdad muy difícil de explicar para mí.
- Ya veo.
Miriam miró por mi ventana abierta un cielo pálido y un amanecer triste. Era el amanecer de un viernes santo de 1994.
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
Luego me di cuenta de lo hermosa que era, y dejé de pensar en Anna Chlumsky por un segundo. No recuerdo bien cómo se dieron exactamente las cosas. Había pasado la noche en vela y estaba cansado. Sentí una prominente erección en mi ropa interior. Pasé a estar incómodo, no por la erección en sí (hasta ahora no sé si Miriam lo notó, cómo saberlo) lo que sí sé es que en seguida Miriam me besó en las mejillas, frente a un amanecer extraño (con la luz transparente y en dirección en contra nuestra) frente a aquella máquina de escribir de los años cincuentas, besé a mi prima Miriam y ella rebuscó en mi ropa interior mi pene. No sé si encontró lo que esperaba encontrar, solo sé que yo tenía como diez u once años de edad, estaba enamorado de Anna Chlumsky (ese mismo año estrenarían la secuela, “My girl 2” en el cine, y yo fui a verla como un estúpido desilusionándome por completo) cuando Miriam entró a mi habitación al amanecer, tanteó mi ventana, la máquina de escribir, me besó, me tocó, y por la tarde actuó como si nada, como si nada hubiera pasado.
A Miriam le brillaron los ojos cuando vio toda esa hierba que llevaba en mi ropa de baño negra.
- ¿Qué vas a hacer con todo esto? -Preguntó.
Yesenia estaba impresionada, creo que ella nunca había fumado o visto marihuana en su vida. Decidió probar.
- Parece que es buena, ¿verdad? -Miriam se llevó un enorme moño a su boca. Miró su textura, percibió el olor y dio su visto bueno- Sí, parece de la very very...
- Entonces qué, ¿fumamos? -Preguntó Yesenia.
- Of course my horse.
Miriam miró una vez más el moño que había cogido y lo deshizo en sus faldas en frente mío. Yesenia (que creo que quería ser como Miriam en aquella época) se dedicó a mirar con cuidado todo. El reflejo del agua de la piscina les caía en la cara. Adentro, podíamos ver todavía a toda nuestra familia charlando y comiendo. Parecían no pronunciar palabras, solo los veíamos comer, estar de pié y hacer cosas.
Miriam colocó casi todo el moño en la base de su pipa de metal. Cogió un encendedor amarillo y transparente, lo prendió y se puso a fumar. A mí me entró una fuerte paranoia hacia todo.
- No hagan el mínimo ruido, no respiren, no hagan nada, que se van a dar cuenta.
Miriam terminó de fumar. Apretó sus ojos como pudo, y en seguida tosió como una condenada. Yo pensé que si en este momento el señor Ramallo se daba cuenta de lo que estaba haciendo conmigo su hija menor la noche de Navidad...
- ¿Qué te pasa? -me preguntó Miriam cuando le pasó la pipa encendida y llena de humo a Yesenia.
Miré a Miriam con los ojos muy tensos.
- ¡Ahorita vienen y nos cagan! ¡Puta madre!
Miriam prendió un cigarrillo.
- Despreocúpate, querido.
Yesenia tosió como una loca. Primero había fumado delicadamente, pero en seguida le metió una pitada demasiado larga que la hizo toser más de la cuenta, luego dijo que se le antojaba más. Yo fumé una nada. Miré a mi alrededor. En seguida me paré y me fui. Boté el humo a unos metros de distancia. La imagen de Miriam y Yesenia sentadas fumando de una pipa con el reflejo de la luz proveniente de la piscina era estremecedor la noche de Navidad de 1998. Busqué un cigarrillo en el fondo de un bolsillo de mi ropa de baño, cogí un encendedor y me puse a fumar.
Recuerdo aquella vez en mi casa en Punta Negra, aquella Navidad terrible de 1998 cuando coincidimos Porongo y yo en la misma cuadra donde estaba mi casa. Era un diciembre extraño que no quisiera haber vivido jamás. Durante la semana, Porongo y yo jugamos fútbol, conocimos a una chica rubia de extraños ojos celestes que insistió en que le consiguiéramos marihuana. Porongo me miró un minuto y luego le dijo:
- Perfecto, ¿cuánto quieres comprar?
- ¿Cuánto me pueden vender?
- Digamos que con diez soles alcanza para una buena...
Porongo y yo sudábamos. El atardecer era como un espectáculo terrible, el cielo se incendiaba encima nuestro. Habíamos estado jugando fútbol toda la tarde. Después de aquellas casas estaba el mar.
- ¿Entonces quedamos así?
Porongo y yo no nos conocíamos mucho en realidad. Estudiaba en mi mismo salón desde hacía un par de años pero no sabía nada acerca de él excepto que le había roto los dientes a alguien alguna vez.
El mismo 24 de diciembre a la noche Porongo y yo buscamos a aquella chica rubia de ojos tan extraños. Salió a recibirnos y le enseñamos el paquete. Todas las casas estaban iluminadas con adornitos Navideños. Vale decir que en aquella época conseguir Mango Light o una buena marihuana brillante era más fácil y más barato que ahora. La diferencia entre una de buena calidad y otra cualquiera variaba. Pero era más seguro que ahora, o era más difícil de conseguir. Supongo. Lo peor del caso es que oíamos irremediablemente aquella musiquita navideña tan horrible. Pero lo que quería esta chica era un poco de paz, o un solo canuto, y me dijo:
- Carlos Ernesto, lo que yo quería era fumar un poco, nada más. ¿Qué es lo que voy a hacer ahora con toda esta hierba?
Porongo dijo:
- Qué cagada. Feliz Navidad. -Y le dimos un moño, sus diez soles, un par de papeles de fumar y nos largamos.
- Caneto, vamos a fumarnos toda esta porquería.
- Vamos.
Subimos a lo que era una especie de andamio y nos sentamos a fumar y a contemplar el mar. Porongo armó con mucha maestría un varulo enorme y dijo que pasar Navidad en Punta Negra era de lo más entretenido. Tenías el mar, el sol, mucho Mango Light. Finalmente terminamos de fumar varios canutos, cuando Porongo me dijo que me llevara el paco nada más por cinco soles, que no quería conservarlo. Prácticamente me lo regaló. Luego llegué a casa a eso de las once y media. Al llegar la medianoche tragué como nunca antes había tragado en mi vida. Por un momento todos me dijeron que me tranquilizara, que yo nunca comía así. Y yo estaba con los ojos muy rojos y tenía un montón de Mango Light es mis bolsillos esperando salir.
- La comida no se va a ir, Caneto.
Mi prima Yesenia, de más o menos mi edad, sabía que yo estaba volado y se reía.
- Caneto, como que tu atuendo no es muy navideño que digamos ¿eh?
- No sé, me he pasado el día en la playa. No me molestes.
Continué tragando. Arrasé con el pavo, el arroz árabe y el puré de papas. La gente a mi alrededor (padres, parientes, primos) comían y conversaban por igual. También había algunas cuantas cervezas y regalos innecesarios.
- Ah pero igual... Caneto, hazme el favor.
- ¿Qué? ¿De qué me estás hablando?
Yesenia miró fijamente a Miriam y luego ambas rieron. Luego me di cuenta de que todo el mundo llevaba ropa de vestir encima (saco, pantalón, camisa) excepto yo.
- No me jodan. Es verano.
- Claro.
Miriam miró a Yesenia y en seguida Yesenia me miró a mí.
- Tu ropa de baño y tu aspecto son de la puta madre.
Aguardé unos minutos.
- ¿A qué te refieres?
Miriam, de unos dieciocho o diecinueve años, aplicó.
- Estás reventadazo, huevón.
- ¿Ah?
- Que estás todo fumado.
Fruncí el seño. Por un segundo dejé de comer.
- Shhh... Cállense.
Miriam y Yesenia volvieron a estallar de risa.
- ¿Qué es lo que quieren?
Miriam, no sé de dónde, había sacado tres copas llenas de Champagne. La verdad es que ambas eran las únicas primas con las que hablaba y me caían bien.
- Vamos, Caneto... Acepta que eres un fumón...
- Shhhh... Qué carajo les pasa.
Yesenia y Miriam, ambas mis primas, ambas con vestido veraniego hasta las rodillas (creo que de marca Quicksilver o Roxy, o puede ser que no tuvieran marca) se rieron un rato más y dijeron:
- Lánzanos un wiro, Caneto.
Yo me alarmé.
- ¿Qué? -Deje mi plato a un lado e intenté mirar con buena cara en dirección a la mesa donde se encontraban todos. Miré a mi alrededor. Finalmente me miré en un espejo. Tenía la cara resinosa, el pelo pegado a la cabeza y los ojos completamente rojos, como si hubiera reído durante horas sin parar. Llevaba un polo blanco con las palabras Rip Curl en un extremo, una ropa de baño negra y unas sandalias. Caminé de la cocina al jardín y me senté en las gradas que me llevaban hasta la piscina que reflejaba extrañas formas luminosas a la pared colindante con los vecinos. Era producto de un reflector estratégicamente colocado en el extremo norte de la casa.
Yesenia, con un vestido floreado, a la antigua, se sentó junto a mí.
- Qué pasó, Caneto.
- Nada. No quiero que la gente se de cuenta que estoy tan drogado.
Mi prima se quedó un segundo contemplando el reflejo de la piscina contra la pared. Habría, supongo, reflectores adentro del agua también. No había ningún contacto físico entre los dos pero con la hipersensibilidad de la marihuana sentía el delgado vestido de Yesenia rozar en contra mío.
Me levanté.
- Caneto.
Me puse en guardia.
- Qué sucede.
Yesenia miró a Miriam que acababa de salir de la cocina. Por un segundo me pregunté si ambas habrían acordado llevar vestidos similares. Yesenia y yo teníamos la mima edad pero pensábamos como chicos mucho mayores, podíamos conversar y reír con Miriam (unos tres o cuatro años mayor que nosotros) sin ningún problema.
Miriam me extendió una pipa.
Cuando era niño me enamoré de Anna Chlumsky en “My girl”. Aunque aluciné estar enamorado varias veces hasta quedarme dormido, alcancé a ver la película entera por primera vez una madrugada de un viernes santo cuando yo tenía entre diez u once años de edad. Me quedé despierto hasta la madrugada y terminé intrigado. Fue la primera película que vi con un final tan chocante (al menos para mí) y me dejó con esa sensación de ‘imposible revivir a Thomas J. Sennett, imposible salvar a Vada de un mundo tan terrible’.
Inmediatamente después me enamoré de Miriam. Sé que no es importante eso ahora. Sé que no tiene absolutamente nada que ver con nada. Pero así se dieron los hechos entonces. Aquella madrugada de semana santa, Miriam y su hermana Verónica, quien todavía vivía en Lima (tendría Verónica en ese entonces unos diecinueve o veinte años) se quedaron a dormir en mi casa en Punta Negra porque sus padres partieron a Europa dos semanas y media de segunda luna de miel. Claro que ni Miriam ni yo sabíamos qué carajo significaba eso entonces.
Había amanecido y yo tuve la desesperada necesidad de escribir.
- Qué haces, Caneto.
Había amanecido.
El cielo estaba muy pálido. Podía sentir desde la ventana abierta de mi habitación la brisa del mar chocando en contra mío.
- Son las cinco de la mañana.
- Ya sé.
- ¿Qué estás haciendo?
Tecleaba una máquina de escribir viejísima. La deba duro a esa cosa. Pronto me di cuenta que no tenía mucho qué contar acerca de Anna Chlumsky y yo.
- Intentaba escribir algo bueno -dije.
Miriam (de unos catorce o quince años) se acercó con su pijama y sus piernas largas y bonitas a darme el encuentro en el interior de mi pieza.
- A ver. Déjame ver.
Miriam se apoyó en la carpeta y yo la miré fijamente. La pijama blanca de mi prima a contraluz dejaba ver a través de la tela sus preciosos senos y demás manifestaciones hormonales recientes. Luego Miriam volteó su rostro y se arregló el pelo castaño que rozó contra mis mejillas. Tenía los ojos chinos, estaba somnolienta. Sonrió.
- Así que estás enamorado de Anna Chlumsky...
Y en seguida:
- ¿Quién es Anna Chlumsky?
Sin saber que hacer tarareé la letra de “Stan by me” y le pregunté si sentía algo. Yo le dije que sentía el verano en mi piel cada vez que escucha esa canción, o cada vez que veía “My girl” o veía a Anna Chlumsky en general. Era algo de verdad muy difícil de explicar para mí.
- Ya veo.
Miriam miró por mi ventana abierta un cielo pálido y un amanecer triste. Era el amanecer de un viernes santo de 1994.
- ¿Qué te pasa?
- Nada.
Luego me di cuenta de lo hermosa que era, y dejé de pensar en Anna Chlumsky por un segundo. No recuerdo bien cómo se dieron exactamente las cosas. Había pasado la noche en vela y estaba cansado. Sentí una prominente erección en mi ropa interior. Pasé a estar incómodo, no por la erección en sí (hasta ahora no sé si Miriam lo notó, cómo saberlo) lo que sí sé es que en seguida Miriam me besó en las mejillas, frente a un amanecer extraño (con la luz transparente y en dirección en contra nuestra) frente a aquella máquina de escribir de los años cincuentas, besé a mi prima Miriam y ella rebuscó en mi ropa interior mi pene. No sé si encontró lo que esperaba encontrar, solo sé que yo tenía como diez u once años de edad, estaba enamorado de Anna Chlumsky (ese mismo año estrenarían la secuela, “My girl 2” en el cine, y yo fui a verla como un estúpido desilusionándome por completo) cuando Miriam entró a mi habitación al amanecer, tanteó mi ventana, la máquina de escribir, me besó, me tocó, y por la tarde actuó como si nada, como si nada hubiera pasado.
A Miriam le brillaron los ojos cuando vio toda esa hierba que llevaba en mi ropa de baño negra.
- ¿Qué vas a hacer con todo esto? -Preguntó.
Yesenia estaba impresionada, creo que ella nunca había fumado o visto marihuana en su vida. Decidió probar.
- Parece que es buena, ¿verdad? -Miriam se llevó un enorme moño a su boca. Miró su textura, percibió el olor y dio su visto bueno- Sí, parece de la very very...
- Entonces qué, ¿fumamos? -Preguntó Yesenia.
- Of course my horse.
Miriam miró una vez más el moño que había cogido y lo deshizo en sus faldas en frente mío. Yesenia (que creo que quería ser como Miriam en aquella época) se dedicó a mirar con cuidado todo. El reflejo del agua de la piscina les caía en la cara. Adentro, podíamos ver todavía a toda nuestra familia charlando y comiendo. Parecían no pronunciar palabras, solo los veíamos comer, estar de pié y hacer cosas.
Miriam colocó casi todo el moño en la base de su pipa de metal. Cogió un encendedor amarillo y transparente, lo prendió y se puso a fumar. A mí me entró una fuerte paranoia hacia todo.
- No hagan el mínimo ruido, no respiren, no hagan nada, que se van a dar cuenta.
Miriam terminó de fumar. Apretó sus ojos como pudo, y en seguida tosió como una condenada. Yo pensé que si en este momento el señor Ramallo se daba cuenta de lo que estaba haciendo conmigo su hija menor la noche de Navidad...
- ¿Qué te pasa? -me preguntó Miriam cuando le pasó la pipa encendida y llena de humo a Yesenia.
Miré a Miriam con los ojos muy tensos.
- ¡Ahorita vienen y nos cagan! ¡Puta madre!
Miriam prendió un cigarrillo.
- Despreocúpate, querido.
Yesenia tosió como una loca. Primero había fumado delicadamente, pero en seguida le metió una pitada demasiado larga que la hizo toser más de la cuenta, luego dijo que se le antojaba más. Yo fumé una nada. Miré a mi alrededor. En seguida me paré y me fui. Boté el humo a unos metros de distancia. La imagen de Miriam y Yesenia sentadas fumando de una pipa con el reflejo de la luz proveniente de la piscina era estremecedor la noche de Navidad de 1998. Busqué un cigarrillo en el fondo de un bolsillo de mi ropa de baño, cogí un encendedor y me puse a fumar.
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